lunes, 14 de enero de 2013

Enseñar filosofía.


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Artículo escrito por Juan Pedro Viñuelas

Siempre he seguido dos principios pedagógicos que a mí me parecen insuperables. Uno es el socrático y otro es el kantiano. Y eso es lo que he intentado aplicar a mi propio aprendizaje y lo que me ha permitido formarme como filósofo y enseñante y lo que he aplicado en mi actividad profesional en tanto que profesor y, precisamente de filosofía. Pero este método es universalizable. 

 Sócrates parte de la ignorancia, del sólo sé que no sé nada y, a partir de ahí, inicia la mayeútica que no es más que el dialogo en busca del conocimiento. Un diálogo en el que los que dialogan están sometidos al imperativo de la razón. Es decir, que deben seguir a la razón que, por lo demás, es común a la comunidad de diálogo y, en el fondo, la que hace posible tal comunidad. Pero entiéndase bien esto del imperativo de la razón. Lo que hace posible la comunidad de diálogo es que la razón es común y todos debemos seguirla. Nadie es poseedor de la razón. Ésta es el intermediario entre los dialogantes.

Por tanto, los participantes en la comunidad de diálogo, si quieren aprender y abandonar la ignorancia, los prejuicios, las opiniones y las creencias en las que están sumidos y envueltos en tinieblas y apariencias, esclavizados, tienen que abandonar todo ello y seguir los dictados de la razón universal. Y, para seguir los dictados de la razón han de cumplir también un requisito ético, el del respeto. Y aquí entendemos respeto y tolerancia no en un sentido restringido que sería el de aguantar el error ajeno, sino en un sentido profundo y radical. 

El otro es otro yo, es un sujeto que es un fin en sí mismo dotado, pues, de dignidad. Por eso puede tener tanta o más razón que yo, puede ser alguien que me guíe o me enseñe. De tal forma que el diálogo no es una confrontación de opiniones, creencias o ideologías, sino una investigación, un análisis en el que avanzamos todos juntos, poco a poco, tras aceptar nuestra ignorancia, lo cual la transforma en docta ignorancia, hacia verdades racionales que siempre serán, de alguna manera, provisionales. 

De ahí que mi otro maestro, además de los dos mencionados, Popper, dijese que educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia. Pues educar es hacer ver la inmensidad de la ignorancia en la que el otro está sumido. Hacerle abandonar sus opiniones, sus creencias, sus ideologías, dejarlo en la intemperie y soltarlo en el vacío con el único arma de la razón y la posibilidad del diálogo. 

Diálogo que ya no nos volverá a llevar a verdades definitivas, se acabaron los dogmas, las ideologías, las creencias. Nos instalamos en la provisionalidad, siempre investigando, siempre buscando, siempre profundizando, siempre desenmascarando las apariencias que las diferentes formas de poder y nuestra pereza nos imponen para conformarnos y llevar una vida fácil. Se acabó la tranquilidad, pero llega el sosiego y la serenidad de la razón, así como la tranquilidad del respeto y la tolerancia. Y en esta situación hay que estar vigilantes ante cualquiera o cualquier poder que quiera ocupar el lugar de la razón e intentar imponer su interés o su verdad particular.

 Nuestra docta ignorancia nos ha llevado a la provisionalidad del saber, a la inmensidad de nuestra ignorancia a la infinitud de nuestra tarea, al respeto al otro que siempre tendrá algo que enseñarme, porque la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Esa docta ignorancia es un sano escepticismo fiel antídoto contra el dogmatismo y fanatismo de éste derivado. Pero no significa este escepticismo un relativismo. Todo lo contrario, si partimos de la razón vamos contra el relativismo, porque el relativismo es la muerte de la razón. 

Lo que aceptamos es que la razón no es omnipotente y, por supuesto, que la fe no es alternativa a la razón. La fe es un estado de ánimo, no un modo de conocimiento. Pero la fe tiene ansia de verdad y, precisamente, de verdad absoluta, por ello la fe es un germen de fanatismo y violencia.

El otro pilar es el kantiano. Y decía Kant que no se enseña filosofía, sino que se enseña a filosofar. Podemos sustituir la filosofía por ciencia, conocimiento, saber, es aplicable a todos los ámbitos. El filósofo, en el sentido que lo venimos entendiendo, que es la única manera que hay de ser filósofo y, de paso, enseñante, es enemigo de las doctrinas y pensamientos dormidos. 

Las doctrinas, las escuelas de pensamiento, por sí mismas están muertas. Lo único que generan es su adhesión o rechazo, es decir, pura creencia e ideología. Por eso no se enseña filosofía, sino a filosofar. Es decir, a vérselas, cara a cara, con las diversas doctrinas, ideologías, opiniones y creencias, que deben ser sometidas al escrutinio de la razón. 

El filósofo carece de doctrina, carece de sistema, el filósofo va más allá de todo ello, piensa sobre todo ello, ve sus ventajas y peligros, anuncia sus conveniencias e inconveniencias, pero no participa de ninguna de ellas, porque ninguna agota la realidad, ni ninguno de los planos o dimensiones de la realidad. Y este filosofar es el llamado pensar. El filósofo enseña a pensar críticamente y ya digo que esto no es exclusivo del filósofo, sino del buen científico, del buen artista, del buen político. Todo lo contrario a esto no es más que dogma, creencia, ideología y opinión. Y la filosofía es un instrumento de destrucción de todo esto, porque todo esto no es más que esclavitud. 

De ahí que el filósofo, siguiendo ahora a Nietszche, sea dinamita. Filosofar es, de alguna manera o de manera radical, puesto que la filosofía es un saber radical, que diría Ortega, una actividad peligrosa o como se dice ahora en este mundo de consumo superficial, lo contrario de radical, una actividad de riesgo. Filosofar es destruir toda forma de totalitarismo. Y toda creencia, toda opinión consuetudinaria o vulgar, toda ideología…no son más que formas de totalitarismos. Totalitarismos que tienen un sentido para el poder porque es éste al que le interesa esclavizar. 

Por eso el filosofar es una actividad de liberación, es la máxima forma de expresión de la libertad, el pensar. Y es ésta la actividad del filósofo en tanto que filósofo (en su biografía) como en tanto que enseñante. El filósofo ofrece los instrumento y el andamiaje para el pensar, para la búsqueda de la libertad y la huida de la ignorancia. Y este andamiaje es fundamentalmente la historia de las ideas y el uso de la razón crítica, pero una vez que se dominan estos instrumentos el filósofo debe andar sólo. Ha dejado de ser un aprendiz. 

Y ese es el objetivo del filósofo en la enseñanza, hoy más difícil que nunca. Porque los ciudadanos-vasallos son felices o aparentemente felices y carecen absolutamente de conciencia de su esclavitud. Los mecanismos que el poder utiliza para producir este estado de alienación son ubicuos y la lucha del pensamiento contra esta ignorancia-esclavitud superlativa es titánica y quijotesca. Y esto sí que nos puede llevar al fin de la historia o a una nueva edad media, que es lo mismo. 

La ausencia del pensamiento o el triunfo del pensamiento único. Y por eso la filosofía, en el mundo de hoy, y en el que los poderosos quieren construir es un estorbo. De ahí que los sistemas de enseñanzas no estén dirigidos a formar ciudadanos, sino a la empleabilidad. Y, claro, si esto es así, y el poder es omnímodo, pues sobra la filosofía, la historia y muchas otras cosas más…

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