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Artículo escrito por Juan Pedro Viñuelas
Siempre he seguido dos principios
pedagógicos que a mí me parecen insuperables. Uno es el socrático y
otro es el kantiano. Y eso es lo que he intentado aplicar a mi propio
aprendizaje y lo que me ha permitido formarme como filósofo y
enseñante y lo que he aplicado en mi actividad profesional en tanto
que profesor y, precisamente de filosofía. Pero este método es
universalizable.
Sócrates parte de la ignorancia, del sólo sé que no sé nada y, a partir de ahí, inicia la mayeútica que no es más que el dialogo en busca del conocimiento. Un diálogo en el que los que dialogan están sometidos al imperativo de la razón. Es decir, que deben seguir a la razón que, por lo demás, es común a la comunidad de diálogo y, en el fondo, la que hace posible tal comunidad. Pero entiéndase bien esto del imperativo de la razón. Lo que hace posible la comunidad de diálogo es que la razón es común y todos debemos seguirla. Nadie es poseedor de la razón. Ésta es el intermediario entre los dialogantes.
Por tanto, los participantes en
la comunidad de diálogo, si quieren aprender y abandonar la
ignorancia, los prejuicios, las opiniones y las creencias en las que
están sumidos y envueltos en tinieblas y apariencias, esclavizados,
tienen que abandonar todo ello y seguir los dictados de la razón
universal. Y, para seguir los dictados de la razón han de cumplir
también un requisito ético, el del respeto. Y aquí entendemos
respeto y tolerancia no en un sentido restringido que sería el de
aguantar el error ajeno, sino en un sentido profundo y radical.
El
otro es otro yo, es un sujeto que es un fin en sí mismo dotado,
pues, de dignidad. Por eso puede tener tanta o más razón que yo,
puede ser alguien que me guíe o me enseñe. De tal forma que el
diálogo no es una confrontación de opiniones, creencias o
ideologías, sino una investigación, un análisis en el que
avanzamos todos juntos, poco a poco, tras aceptar nuestra ignorancia,
lo cual la transforma en docta ignorancia, hacia verdades racionales
que siempre serán, de alguna manera, provisionales.
De ahí que mi
otro maestro, además de los dos mencionados, Popper, dijese que
educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia. Pues
educar es hacer ver la inmensidad de la ignorancia en la que el otro
está sumido. Hacerle abandonar sus opiniones, sus creencias, sus
ideologías, dejarlo en la intemperie y soltarlo en el vacío con el
único arma de la razón y la posibilidad del diálogo.
Diálogo que
ya no nos volverá a llevar a verdades definitivas, se acabaron los
dogmas, las ideologías, las creencias. Nos instalamos en la
provisionalidad, siempre investigando, siempre buscando, siempre
profundizando, siempre desenmascarando las apariencias que las
diferentes formas de poder y nuestra pereza nos imponen para
conformarnos y llevar una vida fácil. Se acabó la tranquilidad,
pero llega el sosiego y la serenidad de la razón, así como la
tranquilidad del respeto y la tolerancia. Y en esta situación hay
que estar vigilantes ante cualquiera o cualquier poder que quiera
ocupar el lugar de la razón e intentar imponer su interés o su
verdad particular.
Nuestra docta ignorancia nos ha llevado a la
provisionalidad del saber, a la inmensidad de nuestra ignorancia a la
infinitud de nuestra tarea, al respeto al otro que siempre tendrá
algo que enseñarme, porque la verdad es la verdad, la diga Agamenón
o su porquero. Esa docta ignorancia es un sano escepticismo fiel
antídoto contra el dogmatismo y fanatismo de éste derivado. Pero no
significa este escepticismo un relativismo. Todo lo contrario, si
partimos de la razón vamos contra el relativismo, porque el
relativismo es la muerte de la razón.
Lo que aceptamos es que la
razón no es omnipotente y, por supuesto, que la fe no es alternativa
a la razón. La fe es un estado de ánimo, no un modo de
conocimiento. Pero la fe tiene ansia de verdad y, precisamente, de
verdad absoluta, por ello la fe es un germen de fanatismo y
violencia.
El otro pilar es el kantiano. Y decía
Kant que no se enseña filosofía, sino que se enseña a filosofar.
Podemos sustituir la filosofía por ciencia, conocimiento, saber, es
aplicable a todos los ámbitos. El filósofo, en el sentido que lo
venimos entendiendo, que es la única manera que hay de ser filósofo
y, de paso, enseñante, es enemigo de las doctrinas y pensamientos
dormidos.
Las doctrinas, las escuelas de pensamiento, por sí mismas
están muertas. Lo único que generan es su adhesión o rechazo, es
decir, pura creencia e ideología. Por eso no se enseña filosofía,
sino a filosofar. Es decir, a vérselas, cara a cara, con las
diversas doctrinas, ideologías, opiniones y creencias, que deben ser
sometidas al escrutinio de la razón.
El filósofo carece de
doctrina, carece de sistema, el filósofo va más allá de todo ello,
piensa sobre todo ello, ve sus ventajas y peligros, anuncia sus
conveniencias e inconveniencias, pero no participa de ninguna de
ellas, porque ninguna agota la realidad, ni ninguno de los planos o
dimensiones de la realidad. Y este filosofar es el llamado pensar. El
filósofo enseña a pensar críticamente y ya digo que esto no es
exclusivo del filósofo, sino del buen científico, del buen artista,
del buen político. Todo lo contrario a esto no es más que dogma,
creencia, ideología y opinión. Y la filosofía es un instrumento de
destrucción de todo esto, porque todo esto no es más que
esclavitud.
De ahí que el filósofo, siguiendo ahora a Nietszche,
sea dinamita. Filosofar es, de alguna manera o de manera radical,
puesto que la filosofía es un saber radical, que diría Ortega, una
actividad peligrosa o como se dice ahora en este mundo de consumo
superficial, lo contrario de radical, una actividad de riesgo.
Filosofar es destruir toda forma de totalitarismo. Y toda creencia,
toda opinión consuetudinaria o vulgar, toda ideología…no son más
que formas de totalitarismos. Totalitarismos que tienen un sentido
para el poder porque es éste al que le interesa esclavizar.
Por eso
el filosofar es una actividad de liberación, es la máxima forma de
expresión de la libertad, el pensar. Y es ésta la actividad del
filósofo en tanto que filósofo (en su biografía) como en tanto que
enseñante. El filósofo ofrece los instrumento y el andamiaje para
el pensar, para la búsqueda de la libertad y la huida de la
ignorancia. Y este andamiaje es fundamentalmente la historia de las
ideas y el uso de la razón crítica, pero una vez que se dominan
estos instrumentos el filósofo debe andar sólo. Ha dejado de ser un
aprendiz.
Y ese es el objetivo del filósofo en la enseñanza, hoy
más difícil que nunca. Porque los ciudadanos-vasallos son felices o
aparentemente felices y carecen absolutamente de conciencia de su
esclavitud. Los mecanismos que el poder utiliza para producir este
estado de alienación son ubicuos y la lucha del pensamiento contra
esta ignorancia-esclavitud superlativa es titánica y quijotesca. Y
esto sí que nos puede llevar al fin de la historia o a una nueva
edad media, que es lo mismo.
La ausencia del pensamiento o el
triunfo del pensamiento único. Y por eso la filosofía, en el mundo
de hoy, y en el que los poderosos quieren construir es un estorbo. De
ahí que los sistemas de enseñanzas no estén dirigidos a formar
ciudadanos, sino a la empleabilidad. Y, claro, si esto es así, y el
poder es omnímodo, pues sobra la filosofía, la historia y muchas
otras cosas más…
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